jueves, 2 de septiembre de 2010

¿Adulto? No, gracias.

Hace algunas pocas décadas, la adolescencia era una etapa de la vida signada por la contradiccón entre los grandes ideales románticos (románticos en los dos sentidos, de protagonizar una epopeya heroica o también de participar de un gran romance) y la angustia del "no poder", del "no alcanzar" porque el adolescente carecía de los recursos materiales y simbólicos que a los adultos les permitía independencia y autonomía: los adolescentes era adolescentes porque todavía no podían tomar decisiones por si mismos, y cuando las tomaban, se las criticaba por su inmadurez o su incapacidad.

Los adolescentes de antes  eran puestos por nuestras sociedades  en el lugar de la espera (a ser adulto), de la transición (a la adultez): la adolescencia era, a lo sumo, un momento de experimentación que se encauzaría con los beneficios de la adultez: el dinero del trabajo adulto, el sexo y el amor sin limitaciones (o con los límites que el adulto se autoimponía), la estabilidad de conformar adultamente una familia, el pretigio de vestirse como adulto, el reconocimiento al hablar con el lenguaje de los adultos, la exclusividad de poder ingresar a los lugares solo permitidos para adultos.

El adolescente de antes -pobres, nosotros, los que ahora tenemos más de 40 y queremos convencernos de que nuestro tiempo pasado era mejor- sufría la exclusión de no acceder a aquellos espacios vedados a los menores de 18,  o de tener que dejar lugares públicos a las 22hs., de poseer un cuerpo al que se lo caracterizaba de torpe e inmaduro. Para colmo, el mundo adulto subestimaba al adolescente por utilizar un léxico, usar una vestimenta o escuchar una música apenas aceptable para la edad, transitoria, burda, mejorable. La adolescencia era una etapa de la vida por suerte pasajera, un tanto absurda, que por fortuna desaparecía con el mero paso del tiempo

No hace falta aclarar que este panorama hace tiempo estalló en mil pedazos y hoy, esta ecuación se ha invertido. Son los adultos los que intenan parecerse a los adolescentes: escuchan su música o al menos la conocen, tratan de usar con dignidad su ropa, se animan a sus piercing y sus tatuajes. Son adultos cool, ok?

Los adultos ahora tratan de parecer "copados": hablan como ellos, se mimetizan en su "onda" y hasta tratan de retener en la medida de sus posibilidades su propio cuerpo como cuerpo adolescente: que el cuerpo parezca puro, sin usar, virgen del paso del tiempo. Los adultos "copados" entienden, acompañan,  son "gambas",  nunca dicen "no" porque "es lo que decidieron los chicos". A veces ayudan hasta en lo que los asusta o  no están de acuerdo (tatuajes, horarios, drogas) porque "más vale que la guita se la de yo antes que se la consigan por otro lado", ¿Es re obvio, no? Son re ídolos.

Ya no quedan sino unas pocas fronteras sociales entre adultos y adolescentes: a todos se nos ha dado ver lo mismo, saber lo mismo, escuchar lo mismo, particpar casi de los mismo. El baile del caño ya no está reservado a experimentados y maduros cabareteros trasnochadores y el porno perdió todo su misterio y está a apenas a un clik de distancia de cualquiea. Ya no hay horario de protección al menor y son los adultos los que se van a dormir a los 22hs. Los que logran dormir, claro.

El modelo de identificación social ya no es adulto: ¿a quein le importa crecer?: al contrario, un adulto con fisonomía adolescente parece ser el ideal de estos tiempos mientras que el resto de los adultos son dinosaurios de una especie en vías de extinción

No es que la adolescencia ahora dure más que antes como se dice por ahí. Lo que ocurre es  que ya no hay distinción entre una y otra etapa de la vida en un mundo en el que a casi nadie se le ocurre invocar su propia experiencia o sabiduría de la vida como un valor positivo. Y los que se hacen los sabios son denostados: al fin de cuentas aparecen como autoritarios imponedores de criterios pásados de moda. Están re out.

Es este  un mundo en el que ya nadie ostenta con orgullo las canas y las arrugas. Al contrario, ser adulto hoy significa  asumir responsabilidades casi con tristeza. Es mejor perfirlarse despreocupadamente: si sigo sin crecer alguien se va a tener que hacerse cargo de mi. Y que sea ya.

3 comentarios:

Graciela Paula Caldeiro 2 de septiembre de 2010, 11:53  

Juventud, divino tesoro.:-)

Creo que el anhelo de juventud es viejo como el mito del Gilgamesh -que finalmente encontró la planta de la eterna juventud, aunque se la robó la serpiente- Aceptar que el tiempo pasa, que somos descartables, no es cosa fácil para nuestros inflados egos.

Pero yo me pregunto, más allá de eso, porque los adultos le "temen" a los adolescentes y dejan que sean los chicos los que imponen las reglas ¿simplemente porque no quieren ser adultos o porque no saben como hacerlo? ¿de qué tienen miedo? ¿de reconocerse a sí mismos o simplemente están tan confundidos que no pueden distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo para los jóvenes?

Tengo muchas dudas sobre esta cuestión. Hay una generación que hace rato que perdió el rumbo.

Mariano 2 de septiembre de 2010, 15:05  

"Perdió el rumbo" o asumió otro rumbo? Cómo es este nuevo rumbo y que tiene de definitivo?
Lo asumieron solos o entre todos lo construimos?
A veces pienso que cuanto más nos proponemos la liberación de niños y adolescentes más nos liberamos nosotros de ellos...
Ideas... qué se yo...!

Anónimo 4 de septiembre de 2010, 12:08  

Especacular tu opinión, Mariano
Enzo